Nebulosa, mística y romántica ciudad de Estocolmo. E ntre el frío crudo, vagaba su figura y hacía brillar el agua. Extraña, pensaba y dibujaba su rostro vivido en un cielo que no tenía estrellas. Apaciblemente pasaron las horas, eternas, no quería irse. Ella era la causa y el efecto. No estaba él ni en cientos de millares. De ella no quedaba más que su resplandor a las orillas. Estocolmo le había quitado más que besos y versos, le quitó lo poco que le quedaba. Le quitó mañanas a colores y noches de ojos que se encuentran. Aquel día no fue consiente de que de a poco su mirada se apagaba hasta quedar ciega por unos instantes irreales. Sentada, todavía no sabía si seguía ciega, o la ficción había quedado atrás completamente. Se perdió en la inmensa quietud del horizonte negro, e ilusamente creyó que todo era un sueño. Que no estaba ahí, que él no se había ido, que seguían entremezclándose en cada esquina de la ciudad a islas, que todavía era aquel día y el reloj había quedado inmovil, q...
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